jueves, 24 de noviembre de 2011

Indignaciones (I)


 
¿Hasta cuándo la primacía de un periodismo domesticado por sobre los periodistas críticos que se rebelan de sus servidumbres intelectuales? ¿Hasta cuándo la sumisión periodística a los poderes dominantes por sobre el compromiso ético y político con la investigación de la actualidad? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar unos discursos de la información que desinforman, unos profesionales que, en nombre de la neutralidad, mienten sistemáticamente?

Contra el periodismo como ejercicio profesional de la desinformación, aquí una muestra de otras formas de concebir la práctica periodística, más allá de la opinión publicada. Para que no todo sea claudicación ante las estructuras existentes.

A.B.


viernes, 18 de noviembre de 2011

El 15M después del 20N: la revuelta como porvenir



En la Europa saqueada del presente, sobran razones para la indignación, empezando por la referencia ubicua a la «crisis» que, en ciertos discursos dominantes, suele usarse como pretexto para disipar la referencia más concreta a una escandalosa concentración de la propiedad y la renta y, en particular, para ocultar a los grandes beneficiarios de esta reestructuración sistémica.

A pesar de ese discurso de la crisis que todo lo explica, para muchos de nosotros resulta indisimulable el actual proceso de apropiación ilegítima de riqueza por parte de las oligarquías económico-financieras y políticas a nivel trasnacional. De forma similar, ya no les resulta tan fácil ocultar el autismo del sistema político ante las reivindicaciones ciudadanas, la estructura fiscal regresiva (en la que se desgrava a los propietarios y se grava sin miramientos a los asalariados), la inédita transferencia de recursos de las clases medias al sistema financiero, la destrucción del ya recortado estado de bienestar, el desempleo extendido y la precarización laboral generalizada, así como niveles de corrupción institucional y empresarial con pocos precedentes en las últimas décadas, la actuación delictiva de la banca, los privilegios de la monarquía y la institución católica, el uso demagógico de la xenofobia y el racismo, la política desinformativa de los medios masivos con respecto a las violencias sistémicas (y la amplificación de formas espontáneas de violencia callejera), por mencionar algunas cuestiones.

De ahí que en las condiciones actuales ninguna referencia genérica a la “grave situación” (lo cual es indudable para muchas personas y grupos) debería hacernos perder de vista que lo que está en juego es una reestructuración de largo alcance: la institucionalización de un régimen de excepcionalidad que da carta blanca a la arbitrariedad política. Si por un lado las autoridades políticas dominantes dan por presupuesta la necesidad de unas políticas de ajuste (reformas de pensiones, reformas laborales y constitucionales, recortes salariales, despidos en diferentes sectores públicos, etc.), por otro aceptan la legitimidad de unas políticas de salvataje al sistema financiero y a las grandes empresas, sin olvidar los subsidios millonarios a instituciones anacrónicas como la monarquía o representativas sólo de un credo particular como es el caso de la iglesia católica.

Lo excepcional en esta fase del capitalismo no es la parodia al estado democrático (invocado cínicamente para garantizar la impunidad a los responsables de la masacre diaria), sino la generalización de una lógica política binaria, en la que cualquier sujeto disidente se convierte en blanco de una vigilancia permanente por parte del estado policial, con independencia a los procedimientos jurídicos del declamado (pero no menos fallido) «estado de derecho». La fórmula de este régimen podría ser: “Hago lo que quiero y si te opones, tanto peor para ti”.

No debería sorprender la repetición de la «catástrofe» (ecológica y social) como imagen de nuestra época: forma parte de los efectos no previstos (aunque absolutamente previsibles) de unas políticas de concentración económica y devastación planetaria. Es parte de la crónica de una muerte (colectiva) anunciada. La infamia de justificar lo terrible en nombre del realismo y el sentido común, como una suerte de destino inexorable, se ha convertido en hábito por parte de las clases dominantes. Es una buena receta para eximirse de dar cuenta (pública) de sus actos.

Por lo demás, el desmembramiento de un ya debilitado estado de bienestar no debe leerse en términos puramente económicos, sino en clave política, como un reordenamiento que prepara las condiciones para una nueva fase de acumulación. Puesto que, en el caso de España, el “negocio del ladrillo” ha cumplido su ciclo, ahora “toca” el negocio de las privatizaciones (en primer lugar, de la sanidad y la educación públicas, aunque no solamente). Habría que apresurarse a señalar que la desfinanciación del estado de bienestar es correlativa a la financiación del estado policial y de la banca privada, requisitos indispensables para la gestión del saqueo colectivo.

Semejante cuadro situacional no puede más que activar, en una parte significativa de la ciudadanía, una indignación creciente. La consecuencia de esa sensibilidad es la producción de una resistencia tan activa como pacífica que ha estallado bajo el movimiento 15-M (en conmemoración a la primera movilización multitudinaria realizada el 15 de mayo de 2011 en diversas ciudades españolas). No se trata, desde luego, de un punto de arribo. Es, por el contrario, principio de una revuelta que se está gestando a nivel subterráneo, sin que sepamos en qué desembocará. En esa incertidumbre, sin embargo, una certeza se hace manifiesta: cada vez más, en el contexto mundial actual, luchar por otro mundo posible no es un lujo sino una cuestión de supervivencia. La internacionalización de la revuelta aparece en esta situación como una forma indispensable de afrontar globalmente la arremetida global del capitalismo (1). No se trata de nada remoto: es una apuesta contra la resignación, una manera de no limitarse a constatar el desastre cotidiano.

«Indignados» somos todos aquellos que nos sentimos damnificados por unos poderes concentrados que han convertido el mundo en una tierra de oportunidades (de negocios); es el nombre de la multitud despojada brutalmente de buena parte de sus logros históricos y sus derechos fundamentales (vivienda, trabajo, salud y educación, prestaciones sociales, por mencionar algunos).

Están, desde luego, los agoreros que cuestionan el movimiento 15-M por izquierda y por derecha (2): los que reducen ese movimiento a la pequeña burguesía afectada por la caída económica, entre el escepticismo cáustico y la nostalgia por los buenos viejos tiempos donde el partido dirigía a las masas (más o menos alienadas) y los que lo descalifican por anticapitalista, como si fuera evidente la incuestionabilidad de este orden social. Pero si algo caracteriza ese movimiento es la carencia de uniformidad ideológica y social. Por el contrario, se trata de una pluralidad de sujetos sociales orientados por algunas percepciones críticas en común con respecto a la realidad actual.

En este sentido, la hegemonía del neoconservadurismo no debería impedirnos ver las luchas políticas que en diversos puntos del planeta se están gestando de manera subrepticia, fuera de cámara, marginadas por los grandes medios masivos de (des)información. Impulsar una revuelta pacífica es, sencillamente, cosa de dignidad:no renunciar al deseo de un mundo social donde el sacrificio de masas ingentes no sea la moneda de cambio. Se trata de un deseo irrenunciable si no queremos habitar entre las ruinas (la guerra, el hambre, la explotación, el racismo, son otros de sus tantos nombres).

Aunque por décadas el despliegue de algunas políticas sociales permitieron atenuar las desigualdades inherentes a esta sociedad, la defensa de “un capitalismo con rostro humano” no deja de ser un oxímoron, esto es, una contradicción entre los términos. Por eso erosionar el neoliberalismo no puede ser nuestro objetivo final si lo que queremos es una sociedad justa, en la que la libertad humana no sea sistemáticamente reducida a libertad de mercado.

A pesar de la represión policial de la política como ejercicio del disenso, la posibilidad de una política democrática radical sigue intacta. Los riesgos de una restauración autoritaria del control están ahí, pero no tenemos más camino que quebrar el miedo en el que quieren encerrarnos. No cabe la resignación ni el conformismo. El “derecho a soñar” nace de la pesadilla a la que este sistema condena a millones de seres relativamente inermes y en cualquier caso desprotegidos. Nuestra ética asienta en la apuesta por un deseo razonable de que no sean los mercados globales quienes digitan nuestras formas de vida locales.

Nos movemos hacia la incertidumbre del porvenir pero desde la conocida injusticia presente. La promesa de otra vida en común es, también, apuesta por lo desconocido. Pero es un desconocimiento fecundo, que nos saca del conservadurismo del “más vale malo conocido que bueno por conocer”. ¿Aceptaremos la destrucción sistemática del planeta y millones de vidas arrasadas, en nombre del mal conocido, mientras los nuevos dioses laicos siguen montando sus festines obscenos?

Las ambigüedades que atraviesan al movimiento 15M están ahí. Quizás lleven razón quienes reprochan que entre sus filas no estén muchos de los más de cinco millones de parados que hay en España o que no haya roto con un discurso ciudadanista que evita un planteamiento abierto de clase. Pero hacer evaluaciones abstractas (no situadas) es erróneo. Lo que hay que considerar es desde dónde se parte y lo cierto es que el punto de partida era una preocupante inmovilidad sociopolítica ante la arremetida neoconservadora. En esas condiciones iniciales, el impulso entusiasta del 15M tiene suma relevancia, incluso si para articularse a nivel internacional tuviera que aceptar un proceso de desterritorialización, transformándose en un movimiento global de indignados.

También deberíamos cuidarnos de las lecturas que hacen del movimiento 15M un movimiento juvenil, como si la cuestión etaria tuviera una especial importancia en un proceso de deterioro que afecta, de manera diferencial, a todas las franjas de edad de las clases populares y medias. Pensar que se trata de una mera reacción defensiva de una “juventud” acosada por el estrechamiento de sus oportunidades vitales es borrar de estas protestas todo vestigio de antagonismo social (también de clase). Más ampliamente, se trata de un movimiento plural en el que la unidad no está dada por nada positivo (como un programa o una pertenencia social homogénea, por ejemplo) sino por una confrontación sostenida ante un sistema político, económico e institucional incapaz de dar una respuesta satisfactoria a las demandas de una ciudadanía considerada de segunda mano.

A pesar de las actuaciones represivas alrededor de los indignados de diferentes partes del mundo (desde EEUU hasta Grecia, pasando por Italia, Ucrania o Chile), la política del miedo ha fracasado: las calles se han convertido en el escenario de una práctica política impensable hace tan sólo meses. Quienes pensaban que este movimiento entraría en un proceso de descomposición o en una curva de declive se equivocaron con rotundidad: por situarme de forma exclusiva en España, el 15 de octubre superó toda manifestación previa, participando más de un millón de personas en diferentes ciudades.

Contra el “giro ético” (ese desplazamiento despolitizante), el movimiento de indignados ha apostado por una repolitización radical de la sociedad. Al desprecio a la democracia que los sujetos políticos y económicos dominantes muestran, el movimiento replica con una democratización radical.

El 15M plantea otra escena ante el espectáculo siniestro de nuestros amos. Estrictamente, no escenifica nada, sino que moviliza un inconsciente político revolucionario que no sabemos hasta dónde llegará. No tenemos ilusiones sobredimensionadas: la invención de una sociedad postcapitalista es algo difuso por el momento. Pero seguirá siéndolo si no imaginamos otras alternativas políticas. Al “optimismo de la voluntad” hay que sopesarlo con la memoria de las ruinas: la destrucción diaria de cientos de miles de vidas, marginadas de forma más o menos brutal de cualquier patrón mínimo de dignidad.

La probabilidad de naufragar es alta. Lo sabemos: tanto por problemas internos como por una tendencia ya presente a criminalizar a los disidentes. Pero no hay posibilidad de cambio sin ese riesgo. Al inmovilismo indiferente preferimos el estallido pacífico de quienes luchan de forma apasionada contra el hundimiento resignado de sus esperanzas.

Al deseo de dormir cabe contraponer el deseo lúcido de soñar, incluso si ese sueño no desembocara en una utopía unitaria. Son múltiples las dimensiones implicadas en esta práctica emergente: la carencia de líderes, la apuesta por la no-violencia, su modalidad asamblearia y desjerarquizada, su posicionamiento extrapartidario, su capacidad de autoorganización y autoconvocatoria, sus aportaciones críticas a un discurso de izquierda, el despliegue de una política del cuerpo marcada por la proximidad, la atención brindada a asuntos medioambientales, la pluralidad ideológica interpretada como condición de una democracia participativa, el uso alternativo de las tecnologías de la información y la comunicación y la participación persistente de una multiplicidad de plataformas ciudadanas, por mencionar las principales.

Suele señalarse como impugnación el hecho de que el movimiento 15M no ha cambiado nada de forma estructural. Pero ese señalamiento es una forma de miopía: cambiar las modalidades de la práctica política ya es un cambio estructural, por más insuficiente que se considere. No sólo agitó las aguas del estanque; instaló en la “agenda pública” debates impensados meses atrás, como la reforma del sistema electoral, la relación entre estado y economía, entre política y finanzas, o el vínculo entre medios de comunicación y gobierno. Hay otras conquistas más puntuales, pero lo decisivo es el cuestionamiento radical que está produciendo a un orden social que produce en masa excedentes humanos.

La rebelión en estas condiciones es un acto de dignidad. Nuestro porvenir se juega en esa revuelta que no acepta vivir de rodillas. Lo imprevisible llegó a nuestras vidas cotidianas, por más que los poderes dominantes se empecinen en conjurarlo. La impotencia de esos poderes amplía nuestro (contra)poder que se gesta no de la irradiación de una autoridad sino al abrigo de esos acontecimientos colectivos (3). No conocemos nuestro desenlace, pero lejos de ser una desventaja, pone en suspenso la certeza del desastre al que nos precipita este sistema.

Lo imprevisible está aconteciendo: si el derrotismo nunca fue nuestro aliado, el hartazgo moral y el despojamiento de oportunidades vitales pueden ser una combinación explosiva. La “economía moral de la plebe”, en palabras de E. P. Thompson, ha reingresado por la puerta de atrás (de la política). Los sin-parte han llegado también en países a los que seguimos refiriéndonos con el eufemismo de “primer mundo”. Pero como dice Naomí Klein ya no hay países ricos o pobres. Lo que hay son sujetos enriquecidos/ empobrecidos, según las coordenadas en las que nos movamos. En los sin-parte late una revuelta; es su última promesa.

Es falso que técnicamente no estemos en condiciones de construir otro mundo. Lo que falta es voluntad política. En vez de aceptar una (pseudo)democracia tutelada por los saqueadores, se trata de agrietar este muro blanco que nos acorrala. Nuestra oportunidad histórica se labra ahí: en esa multitud que desea despertar de este mal sueño en el que nos han sumido. Está todo por hacer. En cualquier parte donde late un deseo autónomo hay una grieta que se abre, con todo su potencial emancipatorio, incluso si esas palabras resultan sospechosas en un contexto que les ha quitado en buena medida su legibilidad.

Es seguro que el 20 de noviembre no habrá sorpresas en las elecciones presidenciales de España. Con un nivel de abstención y votos en blanco sin precedentes, una vez más habrá sustitución de partido de gobierno sin que se altere en lo más mínimo la anatomía bipartidaria del actual sistema político. Eso no es motivo para la decepción: precisamente porque seguirán empecinados en destruir cualquier vestigio de igualdad, allí estaremos, desafiando la desesperanza que traen.


Arturo Borra

(1) Para este punto, remito al lector al artículo “15 de octubre: por la internacionalización de la revuelta”, publicado en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=137378.

(2) Puede encontrarse un análisis detallado en “Democracia y revuelta: la experiencia de ruptura del 15-M”, publicado en http://www.kaosenlared.net/noticia/democracia-revuelta-experiencia-ruptura-15-m.

(3) Para un análisis del 15M como acontecimiento, puede consultarse “Democracia y revuelta: apuntes sobre una política insumisa”, en http://archipielagoenresistencia.blogspot.com/2011/08/democracia-y-revuelta-apuntes-sobre-una.html.

viernes, 11 de noviembre de 2011

El 15-M: Trabajo y Sindicalismo -Ángel Calle



"Creo que la confluencia y el mutuo apoyo entre sindicalismo laboral, social y ecopolítico podrían ser las coordenadas del sindicalismo libertario del siglo XXI. El 15 M es, en este sentido, una oportunidad para abrirse, reaprender, volverse aparentemente paradójico, identificarse y negar la hegemonía de una identidad."
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Ángel Calle Collado
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¿Es el 15 M un fenómeno “nuevo”?
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El 15 M supone una sedimentación de prácticas y discursos que, en nuestro país, podemos rastrear desde finales de los 90: las protestas desobedientes en tiempo de elecciones como en la consulta deuda del 2000 o el 13 de marzo de 2004; toda la crítica a la llamada globalización desde cumbres alternativas y foros sociales; el reclaim the streets convertido en toma la plaza; dinámicas de lucha social en clave de barrios que se revitalizan; o las más recientes convocatorias sistemáticas de protestas sobre temas concretos (V de Vivienda, Malestar, Juventud sin Futuro, frente al Plan Bolonia, etc.), base primera de la manifestación que se lanzara desde Democracia Real Ya.

Como sus predecesores, el 15 M mantiene y saca lustre a la “hipersensibilidad frente al poder”, propio de los Nuevos Movimientos Globales que se leen en la democracia radical como sustrato (horizontalidad, deliberación) y opción de crítica (democracias desde abajo). Las nuevas formas de protesta y movilización comparten en gran medida el lema zapatista de “los rebeldes se buscan”. Al afirmar rebeldía se afirma, elemento común a los Nuevos Movimientos Globales como el 15 M, que se aparcan debates dialécticos, en un intento de trascenderlos no de obviarlos, como el de reforma o revolución, vanguardia o masas, presente o futuro para afirmarse en dinámicas de encuentro, de antagonismos que contemplan operar fuera y operar dentro de los sistemas sociales criticados. Este y sinérgico es muy importante. Porque en la izquierda más clásica (marxismos y anarquismos), así como en los movimientos de la diversidad y la autonomía de los 70 (ecologismo, pacifismo, feminismo, okupación), el o era central y creaba disyuntivas: o eras de un bando o de otro, o afirmabas esta utopía y estas herramientas “revolucionarias” o afirmabas otras, o estabas o no estabas, etc. Y además, el añadido “se buscan” ha invitado a rebajar tensiones e incluso rencillas de viejos espacios, así como a reaprender códigos políticos y vitales. La idea de proceso está en el sustrato y el horizonte. Las construcciones son lentas pero, como dicen también en Chiapas, “porque vamos lejos”.
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¿Qué compone el 15 M?
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Bajo el 15 M se aúnan críticas materiales (precariedad, pacto del euro) y expresivas (lo llaman democracia y no lo es). Pero lo novedoso, lo catártico del 15 M, es su capacidad de atracción del descontento disperso, la facilidad para transformar la indignación en potencial de articulación desde la diversidad y su templanza para proponer procesos de participación y de protesta que no generan ansiedades en sus integrantes si no ilusión por iniciar una “segunda transición”, esta de carácter civil y sin pactos de élites de por medio.
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La convergencia emocional se da desde la cohesión del 15 M alrededor de tres patas de protesta, núcleos de acción y reflexión muy versátiles y, hasta ahora, de fuerte solidaridad entre sí. Se trata de los fenómenos toma la plaza (acampadas, reclama las calles); la estructura de Democracia Real Ya (como red virtual-localizada); y como elemento que se torna más masivo, las coordinadoras de barrios (comisiones, mesas, asambleas). Con sus ritmos y con sus contextos estos instrumentos componen una sinfonía inspirada en democracias desde abajo o emergentes.
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De esta manera, para los y las más jóvenes el 15 M es ante todo un proceso de socialización política en estas rebeldías. Y para las personas con más experiencia, es un espacio que suele reconocer las aportaciones, escuchar otros códigos y, por todo ello, permitir un encuentro intergeneracional e intercultural que no podía pensarse a principios del año dos mil, en pleno auge de las llamadas protestas “antiglobalización”.
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¿Qué relaciones existen entre el 15 M y el mundo del trabajo?
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El 15 M es un espacio muy heterogéneo donde la crítica expresiva y más establecida (queremos que funcione la democracia participativa) ha sido colocada (por activistas y por medios de comunicación) como banderín de enganche.
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Sin embargo, a poco que el 15 M ha pasado de desperezarse a ponerse en marcha, vemos que en su ruta se ha ido cruzando la agenda social como ejemplifican la convocatoria del 19 de Junio y el rechazo de la Europa eurocratizada; la presión sobre el Parlament de Catalunya cuando se estaba a punto de aprobar la llamada Ley omnibus plena de privatizaciones y recortes sociales; y también las acciones directas para impedir deshaucios que han tenido una fuerte repercusión social. ¿Ha entrado el trabajo en esta ruta abierta que va generando el “gobierno de los muchos” donde las vanguardias y las agendas preprogramadas generan rechazo? Pienso que sí, aunque también va a ritmo lento y en unas direcciones discursivas y organizativas que son, a su vez, una crítica implícita y constructiva a las formas de organización sindical más tradicionales.
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En primer lugar, la precariedad laboral y el desempleo están en el meollo del descontento que galvaniza el 15 M. Las acampadas se llenaron de descontentas que, infelizmente, disponían de tiempo suficiente: la precariedad laboral (empleo) y vital (acceso a vivienda) estaba ya recorriendo sus vidas. Más explícitamente, y aparte de las rutas de protestas sobre condiciones sociales y laborales que señalábamos anteriormente, ha habido una gran cantidad de discursos (manifiestos, trabajos en comisiones, textos de reflexión y debate) que han apuntalado las razones laborales de esta protesta. El manifiesto inicial de Democracia Real Ya establece un rechazo del “obsoleto y antinatural modelo económico” y apela, entre otras cosas, a la protección de derechos sociales básicos, en torno al trabajo o la vivienda. Aunque aún como propuestas abiertas, en la comisión de la acampada en Sol dedicada a temas de Economía se exigía “que se sometan a referéndum vinculante la última reforma laboral y de las pensiones”. Minoritarios espacios, en efecto, pero existen intentos de enlace alrededor del 15 M para “organizar la solidaridad con todos los trabajadores que están luchando contra despidos, EREs, cierres y recortes de salario y condiciones de trabajo”, como reza el II Encuentro de trabajadores y empresas en lucha que se organiza para el 2 de julio en Plaza Catalunya. También desde el 15 M surgen voces para componer una crítica no patriarcal del trabajo y del capitalismo. En comisiones de Feminismo y Feministas Indignadas se pone sobre la mesa la necesidad ir más allá del “trabajo mercantilizado”, y problematizar el conjunto de la reproducción y los cuidados sociales como parte de esa esfera laboral. Una esfera donde la mayor parte de dichos cuidados son invisibilizados y recaen sobre mujeres.
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Por último, las asambleas barriales han servido para el encuentro entre militancias más clásicas (vecinales, sindicales) y personas que buscaban canalizar su descontento, jóvenes y no tan jóvenes, aquella ciudadanía que “no encontraba” su sitio para manifestar una crítica social desde su entorno. Aquí han emergido propuestas más locales, como creación de huertos urbanos o equipamientos sociales. Pero también se ha conectado con ese sindicalismo más territorializado que ha estado detrás de las marchas del 19 J, ya que esta convocotoria, no lo olvidemos, surge de las asambleas de trabajadores y trabajadoras que se conformaron en la huelga general del 29 de septiembre. Si este encuentro permite otras sinergias, abrir debates sobre cuestiones de precariedad, trabajo y organización sindical, está aún por ver. Pero es un paso.
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Reconociendo obstáculos
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Los anteriores pasos no están exento de retos. Algunos de los más jóvenes tienen una crítica global al mundo del trabajo y encuentran en otros espacios de autogestión sus ganas de realizarse, compartir, luchar socialmente. No son mayoría, pero ciertamente son quienes están más en la dinámica de movilización más activa a escala de barrios en este 15 M. Ambos sectores (sindicalismo y mundo más situacionista) podrían coincidir en implantar un sindicalismo social que se abre a la organización de la crítica laboral desde los barrios, sea para intervenir localmente, sea para crear climas sociales favorables a intervenir desde los puestos de trabajo. También parte de crítica pasa del fondo hacia la formas. Se considera que las estructuras ejecutivistas del sindicalismo clásico es un impedimento para hacerse referente de una precariedad que reclama participación más directa y procesos de transformación social amplios. De ahí que en la comisión Laboral de Acampada Sol podamos leer un documento de discusión sobre representaciones laborales directas a través de un “sindicalismo sin sindicatos”. En las formas también, el hecho de organizaciones cargadas de memoria y culturas políticas propias que se ven como “equipos de rugby” cuando acuden organizadamente a estas asambleas, donde la frescura de quienes llevan menos tiempo, contrasta con las armaduras discursivas y simbólicas de las personas más veteranas. Lo cual no entra en contradicción con afirmar que el 15 M está plagado de espacios “que escuchan” y donde las propuestas más reflexionadas o veteranas tienen hueco, sean asambleas o espacios de formación.
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Mirando al interior del 15 M, este espacio tiene ante sí responsabilidades y retos propios en este tema de encontrar convergencias entre sus denuncias y un (nuevo) sindicalismo laboral. Temáticas vitales, como la vivienda, tienen una cabida fácil en las tres formas de acción de este espacio. El trabajo, no tanto. El toma la plaza es demasiado “líquido” o “efímero” como para plantear luchas sociales consistentes más allá de eventos puntuales. La dinámica on/off y de experimentación personal (my profile) del mundo facebook muestra aquí su dificultad para salir de la inestabilidad y la corrosión de vínculos que denuncia. Y el discurso de la precariedad en las calles es aún complaciente con las estructuras económicas que lo impulsan. Desde barrios existen experiencias positivas de articulación entre el 15 M y asambleas de trabajadores, pero aún precisaría de tiempo para impulsar un sindicalismo social; al margen de que la dinámica de corrosión de vínculos afecta también a barrios y pueblos, convertidos en almacenes de personas aisladas o que usan su vivienda para dormir y poco más.
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Por otro lado, las “viejas recetas” no son solución para tender puentes entre el 15 M y la crítica sindical. El lanzamiento de convocatorias muy en clave identitarias (sindicato convocante, manifiesto muy específico y cerrado, organización desde arriba y centralizada, acción muy programada), como encuentros de personas paradas, manifestaciones o marchas sindicales, no genera ni la ilusión ni la articulación que hay detrás de la cultura política del 15 M: rebeldía sin siglas (no autorreferencial), procesos antes que programas prediseñados, sinergias desde la calle que se convierte en ágora y no tanto desde lugares “fragmentados” como el trabajo o la crítica temática (material o expresiva o de relaciones con la naturaleza).
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Con todo, el 15 M y algunas voces que han planteado desde dentro una “huelga general” ha servido para fotografiar la pasividad de los grandes sindicatos. Pero el “gobierno de los muchos” no tomará decisiones en la línea de marchas, manifestaciones o huelgas si no entronca con sus raíces de apertura y democracia (radical), por más que en su interior se organicen corrientes políticas con métodos clásicos de articulación.
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¿Hay espacio para un sindicalismo libertario alrededor del 15 M?
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El mundo fordista facilitaba concentraciones obreras y emergencias sindicales. El mundo de los vínculos mercantilizados crea tribus sociales a través del consumo, deslegitima las reclamaciones colectivas de derechos sociales y dificulta que sedimenten lazos sociales entre los descontentos. La crítica sindical, por tanto, será crítica de esa corrosión de vínculos o no será. Y deberá hacerlo atendiendo a propuestas que den autonomía a quienes quieran (auto)organizarse. Cercanía en las decisiones y politización global de necesidades básicas serán elementos de nuevas formas sindicales. Pierden credibilidad aquellos sindicatos que operan sólo para trabajadores “fijos”, se encuentran al margen (personal o colectivamente) de procesos locales de lucha, y no mantienen propuestas globales de democratización desde abajo, dentro y fuera de las organizaciones.
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Por todo ello, atendiendo a algunas señas de identidad del sindicalismo libertario, parece que hay espacios y razones para la mutua permeabilidad. El sindicalismo libertario y el 15 M comparten su “hipersensibilidad frente al poder” y la propuesta de construir otros mundos desde abajo. Además, el 15 M parece que estará necesitado en el futuro de resolver cuestiones sobre cómo articularse en torno a otras problemáticas y otros actores. A poco que la crítica a la democracia vaya asentándose y tomando formas (diversas), algunas corrientes señalarán directamente temas de precariedad laboral (como hoy se señalan temas de vivienda) o de situación de la población inmigrante. De la capacidad y de la generosidad que manifiesten sindicatos de matriz libertaria para apoyar el desarrollo de estas corrientes dependerá, en gran parte, que en núcleos como toma la plaza o barrios, base fundamental del “gobierno de los muchos” en el 15 M, encuentre coherente y deseable profundizar en la crítica económica y laboral.
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Por otro lado, el 15 M también lanza interpelaciones a las propuestas de un sindicalismo alternativo, sea éste revolución o metamorfosis de las tradiciones más fordistas. Opino que, considerando el ascenso de estos Nuevos Movimientos Globales (internacionalistas, de mirada global a los problemas, con expresiones de democracia radical en su base), este sindicalismo libertario habría de configurarse alrededor de tres grandes frentes, de fuerte retroalimentación y solidaridad entre sí. En primer lugar, el sindicalismo laboral, propio de los lugares de trabajo donde pueden tejerse vínculos de descontento muy focalizados en torno a las condiciones laborales. El sindicalismo social, que toma el lugar de residencia como espacio viable para reconstruir vínculos entre descontentos, y que aborda la cuestión del trabajo como transversal así como localizada (empresas y relaciones económicas que se dan en el pueblo o barrio). Y por último, un sindicalismo ecopolítico, que genera organización social uniendo temas laborales con dinámicas de poder que están destruyendo la posibilidad de una vida (digna) en el mundo. Aquí hablamos de propuestas en clave antipatriarcal, con conciencia de especie (crítica medioambiental), en temas de dominación planetaria, etc.
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Creo que la confluencia y el mutuo apoyo entre sindicalismo laboral, social y ecopolítico podrían ser las coordenadas del sindicalismo libertario del siglo XXI. El 15 M es, en este sentido, una oportunidad para abrirse, reaprender, volverse aparentemente paradójico, identificarse y negar la hegemonía de una identidad. Las organizaciones deberán ser complejas y emergentes, aprendiendo continuamente desde abajo, desde los márgenes, o no conectarán con las nuevas culturas políticas.
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Ángel Calle Collado, CGT y editor de Democracia Radical (Icaria, 2011), artículo, publicado en Rojo y Negro 248, de julio-agosto 2011, que ensaya posibles líneas de proximidad entre el movimiento 15-M y el sindicalismo libertario.

martes, 8 de noviembre de 2011

«Ocupemos el futuro» -Noam Chomsky



Pronunciar una conferencia Howard Zinn es una experiencia agridulce para mí. Lamento que él no esté aquí para tomar parte y revigorizar a un movimiento que hubiera sido el sueño de su vida. En efecto, él puso buena parte de sus fundamentos.

Si los lazos y las asociaciones que se están estableciendo en estos notables eventos pueden sostenerse durante el largo y difícil periodo que les espera –la victoria nunca llega pronto–, las protestas de Occupy podrían representar un momento significativo en la historia estadounidense.

Nunca había visto nada como el movimiento Occupy, ni en tamaño ni en carácter. Occupy está tratando de crear comunidades cooperativas que bien podrían ser la base para las organizaciones permanentes que se necesitarán para superar las barreras por venir y la reacción en contra que ya se está produciendo.

Que el movimiento Occupy no tenga precedentes es algo que parece apropiado, pues esta es una era sin precedentes, no sólo en estos momentos, sino desde los años setenta.

Los años setenta fueron decisivos para EEUU. Desde que se creó el país, este ha tenido una sociedad en desarrollo, no siempre en el mejor sentido, pero con un avance general hacia la industrialización y la riqueza.

Aun en los periodos más sombríos, la expectativa era que el progreso habría de continuar. Apenas tengo la edad necesaria para recordar la Gran Depresión. A mediados de los años treinta, aunque la situación objetiva era mucho más dura que hoy, el espíritu era bastante diferente. Se estaba organizando un movimiento obrero militante –con el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) y otros– y los trabajadores organizaban huelgas con plantones, a un paso de tomar las fábricas y manejarlas ellos mismos.

Debido a las presiones populares, se aprobó la legislación del New Deal. La sensación que prevalecía era que saldríamos de esos tiempos difíciles.

Ahora hay una sensación de desesperanza y a veces de desesperación. Esto es algo bastante nuevo en nuestra historia. En los años treinta, los trabajadores podían prever que los empleos regresarían. Ahora, los trabajadores de manufactura, con un desempleo prácticamente al mismo nivel que durante la Gran Depresión, saben que, de persistir las políticas actuales, esos empleos habrán desaparecido para siempre.

Ese cambio en la perspectiva estadounidense ha evolucionado desde los años setenta. En un cambio de dirección, varios siglos de industrialización se convirtieron en desindustrialización. Claro, la manufactura siguió, pero en el extranjero; algo muy lucrativo para las empresas, pero nocivo para la fuerza de trabajo.

La economía se centró en las finanzas. Las instituciones financieras se expandieron enormemente. Se aceleró el círculo vicioso entre finanzas y política. La riqueza se concentraba cada vez más en el sector financiero. Los políticos, ante los altos costes de las campañas, se hundieron más profundamente en los bolsillos de quienes los apoyaban con dinero.

Y, a su vez, los políticos los favorecieron con políticas beneficiosas para Wall Street: desregulación, cambios fiscales y relajamiento de las reglas de administración corporativa, lo cual intensificó el círculo vicioso. El colapso era inevitable.

En 2008, el Gobierno salió una vez más al rescate de empresas de Wall Street que supuestamente eran demasiado grandes para quebrar, con dirigentes demasiado grandes para ser encarcelados.


Ahora, para la décima parte del 1% de la población que más se benefició de todos estos años de codicia y engaños, todo está muy bien.


En 2005, Citigroup –que, por cierto, ha sido objeto en repetidas ocasiones de rescates por parte del Gobierno– vio en el lujo una oportunidad de crecimiento. El banco distribuyó un folleto para inversionistas en el que los invitaba a poner su dinero en algo llamado el índice de la plutonomía, que identificaba las acciones de las compañías que atienden al mercado de lujo.


“El mundo está dividido en dos bloques: la plutonomía y el resto”, resumió Citigroup. “EEUU, Gran Bretaña y Canadá son las plutonomías clave: las economías impulsadas por el lujo”.

En cuanto a los no ricos, a veces se los llama “la periferia”: el proletariado que lleva una existencia precaria en la periferia de la sociedad. Esa periferia, sin embargo, se ha convertido en una proporción sustancial de la población de EEUU y otros países.

Así, tenemos la plutonomía y el precariado: el 1% y el 99%, como lo ve el movimiento Occupy. No son cifras literales, pero sí es la imagen exacta.

El cambio histórico en la confianza popular en el futuro es un reflejo de tendencias que podrían ser irreversibles. Las protestas de Occupy son la primera reacción popular importante que podría cambiar esa dinámica.

Me he ceñido a los asuntos internos. Pero hay dos peligrosos acontecimientos en la arena internacional que opacan todo lo demás.

Por primera vez en la historia, hay amenazas reales a la supervivencia de la especie humana. Desde 1945 hemos tenido armas nucleares y parece un milagro que hayamos sobrevivido. Pero las políticas del Gobierno de Barack Obama y sus aliados están fomentando la escalada.

La otra amenaza, claro, es la catástrofe ambiental. Por fin, prácticamente todos los países del mundo están tomando medidas para hacer algo al respecto. Pero EEUU está avanzando hacia atrás. Un sistema de propaganda, reconocido abiertamente por la comunidad empresarial, declara que el cambio climático es un engaño de los liberales. ¿Por qué habríamos de prestarles atención a estos científicos?

Si continúa esta intransigencia en el país más rico y poderoso del mundo, no podremos evitar la catástrofe.
Debe hacerse algo, de una manera disciplinada y sostenida. Y pronto. No será fácil avanzar. Es inevitable que haya dificultades y fracasos. Pero a menos que el proceso que está ocurriendo aquí y en otras partes del país y de todo el mundo continúe creciendo y se convierta en una fuerza importante de la sociedad y la política, las posibilidades de un futuro decente serán exiguas.

No se pueden lanzar iniciativas significativas sin una base popular amplia y activa. Es necesario salir por todo el país y hacerle entender a la gente de qué se trata el movimiento Occupy; qué puede hacer cada quién y qué consecuencias tendría no hacer nada.

Organizar una base así implica educación y activismo. Educar a la gente no significa decirle en qué creer: significa aprender de ella y con ella.

Karl Marx dijo: “La tarea no es sólo entender el mundo, sino transformarlo”. Una variante que conviene tener en cuenta es que, si queremos cambiar el mundo, más nos vale entenderlo. Eso no significa escuchar una charla o leer un libro, si bien eso a veces ayuda. Se aprende al participar. Se aprende de los demás. Se aprende de la gente a la que se quiere organizar. Todos tenemos que alcanzar conocimientos y experiencias para formular e implementar ideas.

El aspecto más digno de entusiasmo del movimiento Occupy es la construcción de vínculos que se está dando por todas partes. Si pueden mantenerse y expandirse, el movimiento Occupy podrá dedicarse a campañas destinadas a poner a la sociedad en una trayectoria más humana.

N.Ch.

[Este artículo está adaptado de una charla de Noam Chomsky en el campamento Occupy Boston como parte de una serie de conferencias en memoria de Howard Zinn (historiador, activista y autor de A People’s History of the United States)].